Vender una nevera a un esquimal
Que el mundo occidental adolece de una falta de creatividad alarmante es un hecho. Y hablo de la creatividad no en su concepto de “talento artístico” (Deformación conceptual, ciertamente) sino como una más de las habilidades personales de un trabajador, tan importante como la capacidad de comunicación o la facilidad para trabajar en equipo, mucho más valoradas. Quizás por, como decía antes, la distorsión del significado de “creatividad”.
Creatividad no es ese talento artístico del que hablaba
antes, no es algo que debería quedar relegado a las artes o a los despachos de
copy de grandes agencias de publicidad (Disque). Creatividad, a pesar de la
etimología, no es sólo crear productos e ideas. Es pensar soluciones a los
desafíos de una forma diferente a la convencional: cuestionar las soluciones
que se dan por supuestas.
Por ello la creatividad es fundamental en un área en la que nunca lo hubiéramos pensado: el área de los negocios. Parece que en los últimos tiempos los emprendedores españoles no hacen más que copiar o modificar ideas ya existentes, convencer y vender. Los modelos de éxito sólo hacen ricos a estos “emprendedores”, que se convierten, a fuerza de actuar de forma mecánica, en especuladores, jugando a invertir el dinero como un bróker cualquiera. El empresario real debe estrujarse el cerebro dándole a la manivela creativa hasta hallar una solución innovadora a los problemas de la sociedad y continuar apostando por su idea, por loca que parezca.
Y es que un emprendedor, en realidad, debería tener más de científico loco que de vendedor de enciclopedias. Y la confusión está demasiado extendida, tal vez comenzando con ese refrán tan ilustrativo acerca del buen vendedor: aquel que es capaz de vender una nevera a un esquimal. Resulta que los esquimales ya usan neveras. No hizo falta que un genio del márketing fuera con un frigorífico Balay y los convenciera con sus técnicas infalibles de venta de coches de segunda mano, que les creara una necesidad que no tenían. No. Sólo hizo falta que alguien se diera cuenta de que ciertos alimentos, a la temperatura ambiente de los polos, se congelaban. De que alguien, a fuerza de pensar fuera del campo de lo establecido, descubriera la necesidad real y desarrollara el invento. Y ahora, los esquimales pueden beber leche recién salida de sus neveras “calientes”, que protegen a los líquidos de un frío que amenaza con convertirlos en barras de hielo.
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