“Now the earth has been symbolically elevated into the heavens the old dichotomy between Spirit and Matter, God and Man, is finished” “Now the earth has been symbolically elevated into the heavens the old dichotomy between Spirit and Matter, God and Man, is finished”
Joseph Campbell
Entrado el s.XXI, el pasajero ha perdido la conciencia del romanticismo del vuelo, el milagro del viaje aéreo, lleno de extraños cercanos y peligros latentes, de la ceremonia del matrimonio con la naturaleza, a veces díscola, que hace al artilugio humano elevarse en contra de sus propias leyes.
Antoine de Saint-Exupéry, quizás el autor que mejor ha sabido llevar con virtuosismo la magia visual del revoloteo de la avioneta a las páginas del libro, decía que el mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe a dónde va. Este hombre es casi siempre el piloto en las páginas de Antoine, pero son muchos más los escritores que han sabido plasmar el aura misteriosa del pájaro en palabras, y a gran parte de ellos nos referiremos a continuación.
El piloto por el piloto
Quizás es De Saint-Exupéry el más conocido piloto-escritor de todos los que han surcado la historia de la literatura aeronáutica, pero buceando un poco en ella encontramos a otro conocido escritor, especialmente entre los más pequeños. Es Roald Dahl. El autor que imaginó el maravilloso vuelo de James en su melocotón gigante voló viejos Gladiators de la RAF durante la Segunda Guerra Mundial. El 19 de Septiembre de 1940 se estrellaría a sus mandos en el desierto del Sahara, al igual que le sucedió al autor de El Principito, cuando el tren de aterrizaje golpeó una roca al aterrizar, causándole este accidente graves lesiones de las que se recuperaría milagrosamente. Más tarde, retrató su aventura en la RAF en el libro autobiográfico “Volando solo“, donde detalla vuelos rasantes por praderas huyendo de los Messerchmitt BF 109 alemanes y épicas descripciones de batallas aéreas como la de Atenas, en la que quince Hurricanes que defendían Grecia se batieron con más de 200 Messerchmitt 109 y Destructores 110. Los confiables Tiger Moth, los terribles bombarderos Ju 88…son otras de las aeronaves que recuerda Dahl en el libro, un libro, más que autobiográfico, de acción, de estética de la supervivencia, que sabe mostrar la belleza violenta de la lucha contra la adversidad.
Sin salir de la Segunda Guerra Mundial, y quedándonos al lado de los aliados, nos cruzamos con el héroe de la aviación Pierre Clostermann, Capitán en las Fuerzas Aéreas Francesas y en la RAF, y orgulloso portador de la Gran Cruz de la Legión de Honor Francesa, por sus hazañas en combate aéreo contra la Luftwaffe, que son relatados minuciosamente en su obra “El Gran Circo” (O “El Gran Espectáculo” según la traducción), libro que ha sido calificado por el maestro de escritores William Faulkner como “el mejor libro de aviación de la historia”. En forma de diario, relata casi minuto a minuto la aventura a los mandos de su Spitfire:
“13,22 hs. Los motores de la 611 están en marcha y los Spitfire comienzan a alinearse alrededor del de Deere. Ocupo mi sitio, ala con ala con Martell.”
“Los Hurricanes comienzan su picada, zambulléndose
en la metralla. Los tradadores forman una pared móvil de acero y de explosivos
en torno al blanco.
Y ocurre lo inevitable. Yo, impotente, asisto al drama.”
(Pierre Clostermann, El Gran Circo.)
En el otro bando, defendiendo al Tercer Reich, el
caza de Adolf Galland se elevaba entre las oscuras nubes de las fuerzas del
Eje, para más adelante engendrar de sus negruras una obra maestra como es “Los
primeros y los últimos”, donde narra la desolación que produce en los “soldados
del aire” de la Luftwaffe la capitulación de la Wehrmacht (Fuerzas de Defensa
alemanas) tras su etapa de héroe del Reich, llegando a ser condecorado con la
Cruz de Caballero con Hojas de Roble, Espadas y Brillantes, una de las más
altas del régimen nazi, y ascendido a General por el propio Hermann Göring.
“…habíamos levantado vuelo, día a día, durante todo el transcurso de las hostilidades, casi siempre frente a una abrumadora superioridad numérica, hasta que el avance de los tanques aliados sobre nuestras bases, nos obligó a destruir nuestros aviones a reacción, en aquel entonces, los mejores cazas del mundo…”
(Adolf Galland, “Los Primeros y los últimos”)
El Comandante Galland también voló los He-51 de la Legión Cóndor durante la Guerra Civil Española.
Menos lírico es Ramón Franco, hermano del dictador, en “De Palos al Plata”, donde relata la aventura del hidroavión Plus Ultra, que partió, al igual que las carabelas de Colón, de Palos de la Frontera hasta Buenos Aires, en una travesía de más de 19 días. La tripulación del vuelo estaba compuesta por el propio Franco como Comandante, el Capitán Ruiz de Alda, el Teniente Juan Manuel Durán y el mecánico Pablo Rada.
J.G. Ballard, famoso por sus libros de ciencia ficción, como “El Imperio del Sol”, llevada al cine por el director Steven Spielberg, fue también piloto en la RAF, como Dahl y Clostermann, aunque con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. El enfermizo escritor se enroló en Canadá, donde entrenaba pensando en una Tercera Guerra Mundial, que su mente creía se cernía sobre la Historia. Sus experiencias como piloto son relatadas de manera autobiográfica en el libro “La bondad de las mujeres”, publicado en 1991. Otro hombre famoso por escritor y desconocido como piloto es Joseph Kessel, autor de “Belle de Jour”, novela también conversa en película, esta vez por el director español Luis Buñuel. Kessel fue piloto de bimotor en la Primera Guerra Mundial, y su historia en estas lides la plasmó en “Tiempos Salvajes”.
Al otro lado del Atlántico Norte, James Dickey, que llegaría a ser uno de los poetas más importantes de su tiempo, se enrolaba en la US Air Force; era 1943, y volvería, ya poeta laureado, a las pistas, como instructor de vuelo para entrenar a los oficiales para la Guerra de Corea. Su compatriota Richard Bach también fue piloto de la US Air Force, además de editor de una revista de aviación y escritor reconocido fuera del círculo aeronáutico: su obra “Juan Salvador Gaviota”, fábula de una gaviota y la lucha contra sus limitaciones, ansias de aprendizaje y pasión por volar, alegoría de la superación personal, es uno de los grandes best-sellers de los años 70.
El piloto por el poeta
“Mil aeroplanos saludan a la nueva era/ ellos son los oráculos y las banderas”
Este verso del Canto I del poeta chileno Vicente Huidobro es sólo una muestra de la multitud de imágenes aeronáuticas que siembran el mundo de la poesía y la narrativa. Se han usado metáforas, escenarios y alegorías en diferentes obras de conocidos autores. Sin ir más lejos del continente latino, el Nobel Gabriel García Márquez sitúa su relato de amor “El avión de La Bella Durmiente” a bordo de un vuelo comercial a Nueva York. Y el amigo del anterior, y también Premio Nobel en el 71, poeta chileno Pablo Neruda nos recuerda que:
“El mundo es una esfera de cristal/ el hombre anda
perdido si no/ vuela/ no puede comprender la transparencia./ Por eso yo
profeso/ la claridad del que nunca se/ detuvo/ y aprendí de las aves/ la
sedienta esperanza,/ la certidumbre y la verdad/ del vuelo.”
(Pablo Neruda, Poema “El Vuelo”)
El español Vázquez-Figueroa también se ha visto seducido por la epopeya del aire, y retrata en “Ícaro” al piloto que dio nombre a uno de los más hermosos lugares que existen en la Tierra, “El Salto del Ángel”, en el corazón de Venezuela: el aventurero piloto Jimmie Angel, piloto de Lawrence de Arabia y héroe en la Primera Guerra Mundial.
Y ya fuera del idioma del Quijote, el famoso H.G. Wells, artífice de “La guerra de los mundos” o “La Isla del Doctor Moreau”, tuvo una de sus primeras incursiones en el mundo literario hablando de vuelos, en su relato “The Advent of the flying man”, publicado en la Pall-Mall Gazette el 8 de Diciembre de 1893. Otro insigne literato de habla inglesa, el poeta Yeats, escribió también un poema sobre un piloto encarando la posibilidad de su propia muerte “An irish man foreses his dead”, donde poetiza el espíritu del combate en los aires: A lonely impulse of delight/ Drove to this tumult in the clouds. El poema está dedicado al Mayor George, héroe irlandés de la Primera Guerra Mundial derribado por un piloto alemán. Un poeta menos conocido, Selden Rodman, dedicó un libro entero en 1941, un poema épico en cuatro partes, a los pilotos de aviación: “The Airmen”.
“…and because high above the valleys and streams of my land I saw so little of what is here…” cuenta en “The Poem of Flight” el Premio Pulitzer- uno de los más prestigiosos del mundo de la poesía- Philip Levine.
20 de mayo de 1927. “El loco del aire partirá hoy” clamaban los titulares de los periódicos neoyorkinos. Se referían a Charles Lindbergh, el águila solitaria que en vuelo histórico atravesaría el Atlántico sin escalas por primera vez en la historia de la aviación, desde Nueva York hasta París. Su gesta le valió la Cruz del vuelo y la Medalla del Honor, entre otros honores. Su avión se llamaba “The Spirit of Sant Louis”, y así se llamó también el libro autobiográfico que le valió el premio Pulitzer de narrativa a Lindbergh en el 54. Además de escritor, Charles fue musa. Es el caso de Frank Ernest Hill, que le dedicó su poema “Upper air” o el de John Williams Andrew, que se inspiró en la hazaña del famoso aviador para escribir su libro de poemas “Preludio de Ícaro” en 1936, aludiendo, como Vázquez-Figueroa, al mito de Ícaro, el hombre que, desafiando a la naturaleza, voló con alas de pájaro junto a su padre, el inventor Dédalo, y, en un alarde de vanidad, se acercó demasiado al sol, que derritió la cera que unía las plumas a sus brazos, provocando el que, de existir, fue el más primitivo accidente aéreo que se conoce.
El piloto por Antoine de Saint-Exupéry
Sin lugar a dudas es Saint-Exupéry el ejemplo más
sofisticado de la literatura de aviación. Grande como piloto y grande como
escritor, el éxito de “El Principito” ha eclipsado algunos de los más bellos
relatos aeronáuticos escritos jamás. Su prosa elegante brilla en libros como
“Piloto de Guerra”, “Correo del Sur”, “Vuelo de Noche” o “Tierra de Hombres”.
“Tengo siempre ante mis ojos la imagen de mi primera noche de vuelo sobre Argentina, una noche sombría, en la que sólo brillaban tilitantes como estrellas, las escasas luces esparcidas por el llano”
(Saint-Exupéry, “Tierra de Hombres”)
Fue Antoine “Piloto de Guerra”, como narra en el libro de igual título, aunque no de cazas, como Clostermann o Galland, sino de reconocimiento, surcando el cielo en misiones casi suicidas, siempre sin la seguridad de regresar con vida, al alcance de la artillería enemiga. En sus propias palabras: “me estoy vistiendo para el servicio de un dios muerto”. Esta novela autobiográfica es, al igual que “Volando Solo” de Dahl, una novela de acción, con un poso existencialista, en que contrastan el absurdo de la guerra con la vitalidad y dignidad del vuelo.
Igual amargura muestra el protagonista de “Correo del Sur”, Jacques Bernis, para el que la ciudad, desde las alturas, es una confusión sin nombre, donde la gente bucea como peces de colores en un acuario, donde el invierno revela una montaña de objetos muertos. Para el piloto Bernis, nada en el suelo es satisfactorio, todo está muerto, y el vuelo sólo es un momento de luz en la muerte.
Mucho más vital es el Saint-Exupéry de “Vuelo de
Noche”, una exaltación del arte de volar, de la heroicidad del viaje, “Héroes”-
escribe- “no son las grandes figuras sino los anónimos que un día deben encarar
la situación sin jamás dar un paso atrás”. El piloto, alcanzado en vuelo por
una tormenta que lo aísla del mundo, solo, sin más ayuda que la de una brújula
y la propia vista, sin poder ser localizado por la avería del radiotelégrafo,
emerge victorioso y exultante de las sombrías masas de nubes hacia el cielo
despejado y soleado de la costa mediterránea de España. “…sólo del misterio se
tiene miedo”, relata, “y es preciso que los hombres desciendan a ese pozo
oscuro, vuelvan a subir y digan que no han encontrado nada allí”.
El conocido éxito literario “EL Principito” surge a raíz de un accidente que marcó la vida de Saint-Exupéry, en las Navidades de 1935. Se encontraba en pleno vuelo París-Saigón, tratando de batir la marca de ruta en menos horas, cuando tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en el desierto del Sahara en Libia. Él y su copiloto vagaron más de 3 días por el desierto, sufriendo alucinaciones, deshidratación… hasta que el cuarto día fueron salvados por un beduino. Este episodio es recordado en el que quizás es su libro más maduro “Tierra de Hombres”: “En cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia, te borrarás, sin embargo, para siempre de mi memoria: No recordaré nunca tu rostro. Tú eres El Hombre, y te me apareces con la cara de todos los hombres a la vez”. En esta novela aparece transparente su amor por las aeronaves, relatando como una hazaña cómo “salvó la vida” a un avión, trabajando hombro con hombro con “dos moros y un mecánico”, durante dos días y dos noches.
También habla en este libro de geografía y de su gran amigo Guillaumet, también piloto, que le enseñaría a marcar en su mapa los detalles de la orografía española. A no marcar Sierra Nevada, sino los tres naranjos solitarios cerca de Guadix. “Y uno volvía la vista hacia la corteza rocosa de España. Cuando el motor se estropea allí- solíamos decir-, al avión, ¡Ay! No tarda en sucederle lo mismo”.
Saint-Exupéry, siempre excitado, eufórico, nunca deja atrás el aura temeraria que imprime a sus vuelos, siempre diciéndose “Pero recuérdalo, debajo de los mares de nubes…se encuentra la oscuridad”. Y la oscuridad encontró a Antoine a bordo de un Lightning P-38 en la costa de Francia en 1944. En la ficción, el protagonista de El Principito desaparece sin dejar rastro. La realidad imitó a aquélla, y el cuerpo de Saint-Exupéry nunca fue encontrado.
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